lunes, 20 de junio de 2011

Convivencia de Pentecostés: " Yo también los envío a ustedes"

En la noche de la vigilia de Pentecostés, reunidos en la parroquia, más de 60 jóvenes nos reunimos a reflexionar, en el silencio y desde el corazón, la misión que Jesús nos encomendó.
Así que partimos de este base, Jn 20 19-23:


Aquel mismo Domingo, por la tarde, estaban reunidos los discípulos en una casa con las puertas cerradas por miedo a los Judíos. 
Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo:
- La paz esté con ustedes.
Y les mostró las manos y el costado. Los discípulos, se llenaron de alegría al ver al señor.
Jesús les dijo de nuevo:
- La paz esté con ustedes.
Y añadió: 
- Como el padre me ha enviado, Yo también los envío a ustedes.
Sopló sobre ellos y les dijo:
- Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados, Dios se los perdonará; y a quienes se los retengan, Dios se los retendrá.

¿Qué cosas nos dan miedo? ¿Qué cosa nos quita las ganas de salir a la calle y mostrarnos como cristianos? ¿Por qué nos separamos del mundo? ¿Por qué nos encerramos? ¿Por qué me aislo de las personas? ¿Qué cosas me impiden acercarme a los demás? ¿A qué nos envía Jesús? ¿Cuál es la misión que Jesús nos dejó?

Luego del silencio, trabajamos con el siguiente cuento:


Más de una vez había oído hablar del inventor pero solo cuando anduve por su taller de visita pude entender por qué me habían comentado tanto sobre Él y sus inventos.
Segundos después de tocar la puerta, Él mismo me invitó a pasar, parecía como si desde hace tiempo estaba esperando mi visita. Su taller era tal cual como alguna vez me habían contado. En el techo grandes claraboyas dejaban entrar la luz que alumbraba todos los rincones. En las paredes había muchos estantes repletos de todo tipo de máquinas. En una esquina estaba su mesa de trabajo, algunas chapas, algunos hierros. Había herramientas que después me enteré Él mismo había diseñado para con ellas poder fabricar desde la mas sencilla hasta la más compleja de las maquinas que estaban sobre las repisas. Con trozos de madera y acero, algunos clavos y tornillos lograba hacer máquinas de todo tipo; me deslumbré al ver tanta variedad en los estantes.
Mientras recorríamos el taller me iba contando la historia de cada máquina. Todas las había diseñado con gran ingenio, no había escatimado en nada; cada pieza de cada máquina engranaba a la perfección con la pieza siguiente. Era impresionante verlas funcionar y era más impresionante ver la sonrisa llena de alegría que se dibujaba en el rostro del inventor mientras las máquinas estaban en acción.
Muchas maquinas parecían similares pero el sabio inventor me explico que no había en todo el taller dos máquinas que cumplieran la misma función. Cada máquina realizaba un trabajo clave y especifico. Él mimo había pensado todo para que así fuera.
Seguimos recorriendo el taller, me fue mostrando más y más inventos; mientras me contó una anécdota: “El sacacorchos, me contaba, muchas veces se cree abre latas. Yo lo dejo nomás. No tarda mucho en volver desorientado, totalmente desafilado. Yo acá lo espero, me explicaba mientras abría grandes los brazos. Entonces cambio su rosca y le coloco un poco de aceite. Eso basta para que recuerde el fin para el que fue creado. Entonces sí, vuelve a descorchar los mejores vinos y a compartir conmigo una inmensa alegría cada vez que lo realiza.”

Entre inventos e historias fue pasando la tarde. Después me quede pensando un largo rato. Una vez ya había escuchado decir “nadie conoce mejor el invento que su inventor” esta vez yo misma lo había comprobado. 

Muchas veces como jóvenes sentimos esa sensación, esa necesidad, de querer cambiar algo, de querer transformar nuestro alrededor, nuestro mundo. Sentimos la necesidad, imperiosa necesidad, de sentirnos útiles, de aportar en algo, de construir. Pero también muchas veces, esos sentimientos se quedan en eso, en sentimientos. En meras sensaciones y poco más. Tenemos ganas pero no salimos a la calle. Un poco lo que le pasaba a los discípulos de Jesús, tiempo después de la pasión y resurrección. 
Entonces aparece este mensaje de Jesús: "Yo también los envío a ustedes", y la pregunta es obvia, ¿Nos envía a qué?
¿Qué herramientas nos da para mandarnos esa misión?
Entonces ocurre lo que en el cuento anterior, Dios, el creador, conoce su creación. Y conoce que puede dar y que no. Y sabe que como hombres podemos dar todo. Por eso se convierte en hombre, es como hombre que demuestra en la tierra que se puede vivir en el amor, entregarlo todo, dar la vida...
Y como hombre dice, Ahora ustedes. 
Como hombres somos nosotros los que podemos responder a eso. Predicando el amor, mejor dicho, viviendo en el amor. Que no es salir a la calle y decirle "Te amo" a todo el mundo (Aunque ¿por qué no?) sino que es (En contexto actual de la juventud) salir a la calle a vivir en el amor. Y todo lo demás vendrá solo.
Y construir desde el amor y desde la obra. Es así como trabajaba Jesús, era ese su estilo, y de esa manera nos manda. 
Salir a la calle como jóvenes a transformar el mundo requiere el vencer los miedos de cada uno, la vergüenza, el temor, el que dirán, etc. Vencer todo eso y salir, animarse. Dar la vida, en obra y en amor. Construir, iglesia y comunidad, hacia los más pobres, los más necesitados, los abandonados, los dejados de lado. Ser iglesia hoy, ser cristiano hoy, ser jóven hoy. 

Dice Mamerto Menapace:

No tenemos en nuestras manos las soluciones para los problemas del mundo. Pero frente a los problemas del mundo, tenemos nuestras manos. Cuando el Dios de la historia venga, nos mirará las manos.
El hombre de la tierra no tiene el poder de suscitar la primavera. Pero tiene la oportunidad de comprometer sus manos con la primavera. Y así que la primavera lo encuentra sembrando. Pero no sembrando la primavera; sino sembrando la tierra para la primavera. Porque cada semilla, cada vida que en el tiempo de invierno se entrega a la tierra, es un regalo que se hace a la primavera. Es un comprometer las manos con la historia.
Sólo el hombre en quien el invierno no ha asesinado la esperanza, es un hombre con capacidad de sembrar. El contacto con la tierra engendra en el hombre la esperanza. Porque la tierra es fundamentalmente el ser que espera. Es profundamente intuitiva en su espera de la primavera, porque en ella anida la experiencia de los ciclos de la historia que ha ido haciendo avanzar la vida en sucesivas primaveras parciales.
El sembrador sabe que ese puñado de trigo ha avanzado hasta sus mansos de primavera en primavera, de generación en generación, superando los yuyales, dejándolos atrás. Una cadena ininterrumpida de manos comprometidas ha hecho llegar hasta sus manos comprometidas, esa vida que ha de ser pan.
En este momento de salida del invierno latinoamericano es fundamental el compromiso de siembra. Lo que ahora se siembra, se hunde, se entrega, eso será lo que verdeará en la primavera que viene. Si comprometemos nuestras manos con el odio, el miedo, la violencia vengadora, el incendio de los pajonales, el pueblo nuevo sólo tendrá cenizas para alimentarse. Será una primavera de tierras arrasadas donde sólo sobrevivirán los yuyos más fuertes o las semillas invasoras de afueras.
Tenemos que comprometer nuestras manos en la siembras. Que la madrugada nos encuentre sembrando. Crear pequeños tablones sembrados con cariño, con verdad, con desinterés, jugándonos limpiamente por la luz en la penumbra del amanecer. Trabajo simple que nadie verá y que no será noticia. Porque la única noticia auténtica de la siembra la da sólo la tierra y su historia, y se llama cosecha. En las mesas se llama pan.
Si en cada tablón de nuestro pueblo cuatro hombres o mujeres se comprometen en esa siembra humilde, para cuando amanezca tendremos pan para todos. Porque nuestra tierra es fértil. Tendremos pan y pan para regalar a todos los hombres del mundo que quieran habitar en nuestro suelo.
Si amamos nuestra tierra, que la mañana nos pille sembrando.





La otra noche, y son varios los testigos, nos comprometimos a ensuciarnos las manos, como Jesús, como Él nos envió.

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